viernes, 26 de julio de 2019

¡Despierta!


Temes a la guerra y a los rumores de guerra, temes a la enfermedad. Temes no ser reconocido. Tiemblas al mirar a alguien a los ojos, sin embargo anhelas ese afecto llamado amor. Cuestionas cada cosa buena que te sucede y dudas que te vuelva a suceder. Te  arrastras en la plaza del mercado en busca de la fama y el éxito, el oro, las rupias, los dracmas  y los dólares. ¡Ah! Sólo por un poco de alegría.

Tus pensamientos te han llevado a la desesperación, a creerte indigno. Tus pensamientos te han llevado al fracaso y a la enfermedad. Te han llevado hasta la muerte. Todas estas cosas  las has creado tú. Pues el ardiente creador dentro de ti, que tiene el poder de tomar un  pensamiento y crear universos, o situar estrellas incandescentes en los cielos durante una  eternidad, se ha atrapado a sí mismo en la creencia y el dogma, en la moda y la tradición,  pensamiento limitado tras pensamiento limitado tras pensamiento limitado. Y es tu propia incredulidad la que no te ha permitido vivir.

¿En qué no crees? En todo lo que no puedes percibir con los sentidos de tu cuerpo, en todo lo que no puedes ver, oír, tocar, probar u oler. Enséñame una creencia, ponla en mi mano. Enséñame una emoción, quiero tocarla. Enséñame un pensamiento, ¿dónde está? Muéstrame  tu actitud, ¿qué aspecto tiene? Muéstrame la imagen del viento. Y muéstrame el tiempo, el  mismo que te ha robado los preciosos momentos de tu vida.

Has desconfiado de los mayores regalos de la vida; y por eso no has permitido que ocurriera un entendimiento más ilimitado. Vida tras vida, existencia tras existencia, te has sumergido de  tal manera en las ilusiones de este plano, que has olvidado el maravilloso fuego que fluye  dentro ti. En diez millones y medio de años has pasado de ser una entidad soberana y  todopoderosa, a estar totalmente perdido en la materia, esclavizado por tus propias creaciones  del dogma, la ley, la moda y la tradición; separado por país, fe, raza y sexo; inmerso en los  celos, la amargura, la culpabilidad y el miedo. Te has identificado de tal manera con tu cuerpo,  que te has atrapado en la supervivencia y olvidado de la esencia invisible que realmente eres: el Dios que vive dentro de ti, que te permite crear tus sueños, cualquiera que elijas. Has  rechazado abiertamente la inmortalidad; y por eso, morirás, y volverás aquí, una y otra y otra  vez. Por eso, aquí estás de nuevo, después de haber vivido durante diez millones y medio de  años y aún te aferras a tu incredulidad. Dios, la totalidad del pensamiento, es un gran teatro, en  verdad. Y él permite escribir tu propia obra y representarla acto tras acto sobre el escenario. Y  cuando cae el telón, cuando se dice la última palabra y se hace la última reverencia, mueres.  ¿Por qué razón? Porque tú, el creador supremo de leyes, crees que lo harás.

Esta vida es un juego; una ilusión. Todo lo es. Pero nosotros, los actores, hemos llegado a  creer que es la única realidad. Sin embargo, la única realidad que siempre ha existido y  siempre existirá es la vida, una esencia de ser libre y siempre continua que te permite crear tus  juegos de cualquier manera que los quieras jugar. 


Cuando te des cuenta de que tienes el poder con tus pensamientos de situarte en la  ignorancia, en la enfermedad y en la muerte, también te darás cuenta de que tienes el poder de  llegar a ser más grande simplemente abriéndote hacia un flujo de pensamiento más ilimitado  que te permita tener mayor genio, mayor creatividad, y vivir para siempre. Cuando te des  cuenta de que el Dios que creó el cuerpo en un principio es el poder que está dentro de ti, tu  cuerpo nunca envejecerá ni enfermará, y nunca perecerá. Pero mientras te aferres a tus   creencias y limites tu pensamiento, nunca experimentarás la infinitud que dio la gloria al sol de  la mañana y el misterio al cielo del atardecer. (Ramtha)
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