martes, 30 de julio de 2019

Curso: El Síntoma - 1° Parte



INTRODUCCIÓN:
En este curso vamos a trabajar para generar un nuevo concepto y el entendimiento a lo que llamamos enfermedad o síntoma. Para desarrollar el mismo he tomado como material de consulta a los siguientes temas, referentes y libros:
  1. -Nueva Medicina Germánica - Dr. Hamer
  2. -Somatizar - Sol Ahimsa.
  3. -Psicología y Medicina China – León Hammer.
  4. -Trudi Thali – Sanación de los canales de luz. 

CONCEPTO SALUD/ENFERMEDAD:
Enfermedad y salud son dos conceptos que se refieren a un estado del ser humano y no al estado de los órganos o partes del cuerpo. En realidad en el cuerpo se manifiesta el estado psíquico, por lo tanto, el cuerpo no está ni enfermo ni sano.

El cuerpo es el vehículo de manifestación de los cambios y procesos que se producen en la mente. El proceso de salud se da cuando hay equilibrio entre mente y cuerpo, con una comunicación regular. Escuchando nuestro interior o escuchando a nuestro cuerpo, se mantendrá el crecimiento y la salud.

La enfermedad se da cuando hay un conflicto entre la naturaleza interna frente a la resistencia del cuerpo. De forma, que cuando se produce la enfermedad se crea una comprensión y se libera el mensaje no escuchado. Si se suprime la información con tensión o se toman medicamentos para anular los síntomas, la energía generada irá adquiriendo más fuerza, siendo más difícil liberarla, produciéndose enfermedades más graves o incluso crónicas. La única posibilidad de que este proceso no se dé es ir integrando las experiencias, y estar abiertos a lo que nos quieran enseñar. En definitiva, podríamos decir, que la enfermedad es un medio de autoconocimiento importante.

Un síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto, impide la vida normal. Un síntoma nos reclama atención, lo queramos o no. Esta interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce una molestia y desde ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano no quiere ser molestado, y ello hace que empiece  la lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma siempre consigue que estemos pendientes de él.

Cuando comprendemos la diferencia entre enfermedad y síntoma, nuestra  actitud base, y la relación con la enfermedad se modifican rápidamente. Ya no consideramos el síntoma como su gran enemigo cuya destrucción debe ser nuestro mayor objetivo sino que descubrimos en él a un aliado que puede ayudarnos a encontrar lo que le falta y así trascender el estado que llamamos enfermedad.

Entonces, el síntoma será como el maestro que nos ayude a atender a nuestro desarrollo y conocimiento, un maestro severo que será duro con nosotros si  nos negamos a aprender la lección más importante. La enfermedad no tiene más que un fin: ayudarnos a subsanar nuestras «faltas» y hacernos íntegros en todos los niveles que nos componen.

El síntoma puede decirnos qué es lo que nos falta, pero para entenderlo tenemos que aprender su lenguaje. El lenguaje es psicosomático, es decir, saber de la relación entre el cuerpo y la mente. Si conseguimos redescubrir esta ambivalencia del lenguaje, pronto podremos oír y entender lo que nos dicen los síntomas.

La diferencia entre combatir la enfermedad y transmutar la enfermedad, es que la curación se produce exclusivamente desde una enfermedad transmutada, nunca desde un síntoma derrotado, ya que la curación significa que el ser humano se hace más sano, más completo. Curación significa redención, aproximación a esa plenitud de la conciencia que también se llama iluminación. La curación se consigue incorporando lo que falta y, por lo tanto, no es posible sin una expansión de la consciencia. 

POLARIDAD:
Enfermedad y curación son conceptos que pertenecen exclusivamente a la conciencia, por lo que no pueden aplicarse al cuerpo, pues un cuerpo no está enfermo ni sano. En él sólo se reflejan, en cada caso, estados de la conciencia.

La conciencia lo escinde todo en parejas de contrarios, y que nos plantea un conflicto porque nos obligan a diferenciar y a decidir. Nuestro entendimiento no hace otra cosa que desmenuzar la realidad en pedazos más y más pequeños (análisis) y diferenciar entre los pedazos (discernimiento). Por ello, se dice “sí” a una cosa y, al mismo tiempo, “no” a su  contrario, pues es sabido que los contrarios se excluyen mutuamente. Pero con cada “no”, con cada exclusión, incurrimos en una carencia, y para estar sanos hay que estar completo.

El ego del ser humano desea tener siempre algo que se encuentre fuera de él y no le agrada  la idea de tener que extinguirse para ser uno con el Todo. En la unidad, Todo y Nada se funden en uno. La Nada renuncia a toda manifestación y límite, con lo que se sustrae a la polaridad. El origen de Todo el Ser es la Nada.

Es lo único que existe realmente, sin principio ni fin, por toda la eternidad. A esa unidad podemos referirnos pero no podemos imaginarla. La unidad es la antítesis de la polaridad y, por consiguiente, sólo es concebible, incluso, en cierta medida, experimentable por el ser humano que, por medio de determinados ejercicios o técnicas de meditación, desarrolla  la capacidad de aunar, por lo menos transitoriamente, la polaridad de su conocimiento.

La polaridad es como una puerta que en un lado tiene escrita la palabra Entrada y, en el  otro, Salida, pero siempre es la misma puerta y, según el lado por el que nos acerquemos a  ella, vemos uno u otro de sus aspectos. A causa de este imperativo de dividir lo unitario en aspectos, que luego hemos de contemplar sucesivamente se crea el concepto de tiempo, porque de la contemplación con una conciencia bipolar la simultaneidad del Ser se convierte en sucesión. Si detrás de la polaridad está la unidad, detrás del tiempo se halla la eternidad.

La polaridad de nuestra conciencia nos coloca constantemente ante dos posibilidades de acción y nos a decidir. Siempre hay dos posibilidades, pero nosotros sólo podemos realizar una. Por lo tanto, en cada acción siempre  queda irrealizada la posibilidad contraria. Tenemos que elegir y decidirnos entre quedarnos  en casa o salir, trabajar o no hacer nada, tener hijos o no tenerlos, reclamar el dinero o perdonar la deuda, matar al enemigo o dejarlo vivir. El tormento de la elección nos persigue constantemente. No podemos eludir la decisión, porque «no hacer nada» es ya decidir contra la acción, «no decidir» es una decisión contra la decisión. Ya que tenemos que decidirnos, por lo menos, procuramos que nuestra decisión sea sensata o correcta. Y para ello necesitamos determinadas normas.

Todo camino de curación lleva de la polaridad a la unidad. El paso de la polaridad a la unidad es un cambio cualitativo tan radical que la conciencia polar difícilmente puede imaginarlo. La solución se encuentra donde todas las alternativas, todas las posibilidades, todas las polaridades aparecen igual de buenas y verdaderas, o igual de malas y falsas, ya que son parte de la unidad y, por lo tanto, su existencia está justificada, porque sin ellas el Todo no estaría completo.

Por ello, al hablar de la ley de la polaridad hemos hecho hincapié en que un polo no puede existir sin el otro polo. Como la inhalación depende de la exhalación, así el bien depende del mal, la paz de la guerra, y la salud de la enfermedad. No obstante, los hombres se empeñan en aceptar un único polo y combatir el otro. Pero quien combate cualquiera de los polos de este universo combate el Todo, porque cada parte contiene el Todo. 

LA SOMBRA:
Cada identificación que se basa en una decisión descarta un polo. Ahora bien, todo lo que nosotros no queremos ser, lo que no queremos admitir en nuestra identidad, forma nuestro negativo, nuestra «sombra». Porque el repudio de la mitad de las posibilidades no las hace desaparecer sino que sólo las destierra de la identificación o de la conciencia.

El «no» ha quitado de nuestra vista un polo, pero no lo ha eliminado. El polo descartado vive desde ahora en la sombra de nuestra conciencia. Del mismo modo que los niños creen que cerrando los ojos se hacen invisibles, las personas imaginan que es posible librarse de la mitad de la realidad por el procedimiento de no reconocerse en ella. Y se deja que un polo  (por ejemplo, el sacrificio) salga a la luz de la conciencia mientras que el contrario (la pereza) tiene que permanecer en la oscuridad donde uno no lo vea. El no ver se considera tanto como no tener y se cree que lo uno puede existir sin lo otro.

Se llama sombra a la suma de todas las facetas de la realidad que el individuo no reconoce o no quiere reconocer en sí y que, por consiguiente, descarta. La sombra es como el mayor enemigo del ser humano: la tiene y no sabe que la tiene, ni la conoce. La sombra hace que todos los propósitos y las metas que la persona puede plantearse le reporten, en última instancia, lo contrario de lo que esa persona perseguía. El ser humano proyecta en un mal anónimo, que existe en el mundo todas las manifestaciones que salen de su sombra, porque tiene miedo de encontrar en sí mismo la verdadera fuente de toda desgracia. Todo lo que el ser humano rechaza pasa a su sombra que es la suma de todo lo que él no quiere.

Ahora bien, la negativa a afrontar y asumir una parte de la realidad no conduce al éxito deseado. Por el contrario, el ser humano tiene que ocuparse muy especialmente de los  aspectos de la realidad que ha rechazado. Esto suele suceder a través de la proyección, ya que cuando uno rechaza en su interior un principio determinado, cada vez que lo encuentre en el mundo exterior desencadenará en él una reacción de angustia y rechazo.

Proyección significa, pues, que con la mitad de todos los principios fabricamos un exterior,  puesto que no los queremos en nuestro interior. Nosotros siempre sentimos nuestra sombra como un exterior, porque si la viéramos en nosotros ya no sería la sombra. Los principios rechazados que ahora aparentemente nos acometen desde el exterior los combatimos en el exterior con el mismo entusiasmo con que los habíamos combatido dentro de nosotros.

Nosotros insistimos en nuestro empeño de borrar del mundo los aspectos que valoramos  negativamente. Ahora bien, dado que esto es imposible, por ley de la polaridad, este intento se convierte en una pugna constante que garantiza que nos ocupamos con especial intensidad de la parte de la realidad que rechazamos.

Debe quedar claro que no hay un entorno que nos marque, nos moldee, influya en nosotros o nos haga enfermar: el entorno hace las veces de espejo, en el que sólo nos vemos a nosotros mismos y también, desde luego y muy especialmente, a nuestra sombra a la que no podemos ver en nosotros. Del mismo modo que de nuestro propio cuerpo no podemos ver más que una parte, pues hay zonas que no podemos ver (los ojos, la cara, la espalda, etc.) y para contemplarlas necesitamos del reflejo de un espejo, también para nuestra mente  padecemos una ceguera parcial y sólo podemos reconocer la parte que nos es invisible (la sombra) a través de su proyección y reflejo en el llamado entorno o mundo exterior. El reconocimiento precisa de la polaridad.

El reflejo, empero, sólo sirve de algo a aquel que se reconoce en el espejo: de lo contrario, se convierte en una ilusión. El que en el espejo contempla sus ojos marrones, pero no sabe que lo que está viendo son sus propios ojos, en lugar de reconocimiento sólo obtiene engaño. El que vive en este mundo y no reconoce que todo lo que ve y lo que siente es él mismo, cae en el engaño y el espejismo. Hay que reconocer que el espejismo resulta increíblemente vívido y real, pero no hay que olvidar esto: también el sueño nos parece auténtico y real, mientras dura. Hay que despertarse para descubrir que el sueño es sueño.

Nuestra sombra nos angustia. No es de extrañar, por cuanto que está formada  exclusivamente por aquellos componentes de la realidad que nosotros hemos repudiado, los que menos queremos asumir. La sombra es la suma de todo lo que estamos firmemente  convencidos que tendría que desterrarse del mundo, para que éste fuera santo y bueno. Pero  lo que ocurre es todo lo contrario: la sombra contiene todo aquello que falta en nuestro  mundo, para que sea santo y bueno. La sombra nos hace enfermar, es decir, nos hace incompletos: para estar completos nos falta todo lo que hay en ella.

La sombra produce la enfermedad, y el encararse con la sombra cura. Ésta es la clave para la comprensión de la enfermedad y la curación. Un síntoma siempre es una parte de sombra que se ha introducido en la materia. Por el síntoma se manifiesta aquello que falta al ser humano. Por el síntoma el ser humano experimenta aquello que no ha querido experimentar conscientemente. El síntoma, valiéndose del cuerpo, reintegra la plenitud al ser humano. Es el principio de complementariedad lo que, en última instancia, impide que el ser humano  deje de estar sano. Si una persona se niega a asumir conscientemente un principio, este principio se introduce en el cuerpo y se manifiesta en forma de síntoma. Entonces el individuo no tiene más remedio que asumir el principio rechazado. Por lo tanto, el síntoma completa al hombre, es el sucedáneo físico de aquello que falta en el alma.

En realidad, el síntoma indica lo que le «falta» a la persona, porque el síntoma es el principio ausente que se hace material y visible en el cuerpo. No es de extrañar que nos gusten tan poco nuestros síntomas, ya que nos obligan a asumir aquellos principios que nosotros  repudiamos. Y entonces proseguimos nuestra lucha contra los síntomas, sin aprovechar la oportunidad que se nos brinda de utilizarlos para completarnos. Precisamente en el síntoma  podemos aprender a reconocernos, podemos ver esas partes de nuestra alma que nunca descubriríamos en nosotros, puesto que están en la sombra. Nuestro cuerpo es espejo de nuestra alma; él nos muestra aquello que el alma no puede reconocer más que por su reflejo. Pero, ¿de qué sirve el espejo, por bueno que sea, si nosotros no nos reconocemos en la  imagen que vemos?

La sinceridad para con uno mismo es una de las más duras exigencias que el hombre puede hacerse. Por ello, desde siempre el conocimiento de sí mismo es la tarea más importante y  más difícil que pueda acometer el que busca la verdad. El conocimiento del propio ser no significa descubrir el Yo, pues el ser lo abarca todo mientras que el Yo, con su inhibición,  constantemente impide el conocimiento del Todo, o del Ser. Y, para el que busca la sinceridad al contemplarse a sí mismo, la enfermedad puede ser de gran ayuda. ¡Porque la enfermedad  nos hace sinceros! En el síntoma de la enfermedad tenemos claro y palpable aquello que  nuestra mente trataba de desterrar y esconder.

La enfermedad hace sincera a la gente y descubre implacablemente el fondo del alma que se  mantenía escondido. Esta sinceridad (forzosa) es sin duda lo que provoca la simpatía que sentimos hacia el enfermo. La sinceridad lo hace simpático, porque en la enfermedad se es auténtico. La enfermedad deshace todos los sesgos y restituye al ser humano al centro de equilibrio. Entonces, bruscamente, se deshincha el ego, se abandonan las pretensiones de poder, se destruyen muchas ilusiones y se cuestionan formas de vida. La sinceridad posee  su propia hermosura, que se refleja en el enfermo.
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