jueves, 3 de enero de 2019

La enfermedad nos lleva a la vida



Muchas veces, por más medicinas, masajes, doctores y remedios que hagamos, el cuerpo no sana o sigue enfermando, o se cura de momento para luego volver a recaer. ¿Qué hace falta? Ir a la raíz del problema: lo que sentimos.
La enfermedad no es algo ni malo ni bueno, es solo una forma en que el cuerpo hace un esfuerzo por adaptarse a alguna circunstancia de nuestra vida. Cuando el cuerpo duele o tiene algún impedimento o problema para funcionar de forma armónica, nos avisa de alguna forma que tenemos que tomar descanso, reposo, alejarnos de nuestra rutina de vida, y reconsiderar la forma en cómo estamos viviendo. Si no hacemos caso a esto y no reconsideramos, entonces el cuerpo lo volvera a decir en forma de enfermedad, cansancio, debilidad, etc.

La enfermedad es un movimiento del amor del espíritu que nos lleva hacia la vida, deshaciendo el largo camino que he­mos seguido para alejarnos de ella. La enfermedad sólo aparece cuando nos hemos negado una y otra vez a afrontar conflictos con los que la vida nos retaba.
La vida es bifásica, dual. La fuerza, la energía y el amor nacen del equilibrio, de la fusión de dos opuestos, de dos fases com­plementarias, una negativa y otra positiva, de dos polaridades. Todo lo que existe es energía, y la estructura de la energía es bi­fásica: la energía se produce cada vez que se equilibran dos fases opuestas, fases constituidas de partículas negativas y partículas positivas. La energía se produce cuando electrones y positrones se equilibran, cuando se fusionan un hombre y una mujer, cuan­tío un perpetrador y su víctima se reconcilia.

Formamos campos de energía a la vez que vivimos en cam­pos de energía, por lo que todo lo que vivimos lo vivimos en Forma de polaridades. Y la fuerza que permite el equilibrio o compensación de esas polaridades pertenece a un campo dis­tinto del nuestro. Nuestros campos están regidos por el espacio y el tiempo, una jerarquía natural nos da a cada uno nuestro lu­gar en función de nuestra fecha de entrada en la vida. Mientras que la fuerza que necesita la integración de los contrarios para hacer surgir de ella su energía de amor es un campo que no conoce ni el tiempo ni el espacio, no es antes ni después de nues­tros campos; es ahora, siempre ahora, y está a la vez fuera y den­tro de ellos, a la vez trascendente e inmanente. Esta fuerza, este campo, asequible para nosotros sólo a través de sus efectos, pre­cisamente a través de la reconciliación y de la sanación que siempre aporta, lo llamaremos espíritu, amor del espíritu, mo­vimiento del espíritu.

El amor del espíritu es amor a los opuestos como son. Es la fusión de los opuestos. Es reconciliación. Necesita los opuestos para su posterior reconciliación. El amor del espíritu crea las condiciones de ese amor mayor, o sea las condiciones de su pro­pia existencia: crea opuestos para que se combinen y, al combi­narse, originar esa energía superior. La enfermedad es una de las dinámicas del espíritu, es una dinámica de reconciliación gene­radora de salud, de energía y de amor del espíritu.

La enfermedad es el resultado de nuestro rechazo a la vida y, a la vez, una propuesta de solución tanto de nuestro sistema familiar como de nuestro sistema corporal. La misión de la en­fermedad es llevarnos a la curación; pero no nos dejamos guiar. Nos enseña cómo la curación pasa por la sanación, por una re­conciliación, pero solamente nos lo enseña, pues es un camino que debemos recorrer nosotros, conscientemente. Y, en lugar de dirigir la mirada hacia donde nos indica la enfermedad, lo que hacemos es mirarla incansablemente, a ella o al tratamiento. No entendemos la enfermedad; hemos olvidado el lenguaje de los símbolos, de las señales. Ya no sabemos ver la enfermedad; en Occidente, desde hace varios siglos, hemos perdido la capacidad de leer la vida.

La enfermedad nos muestra siempre a alguien o algo que fue excluido. Su mensaje es: «El espíritu, que te lo ha dado todo, te pide que re incluyas a alguien que fue excluido por ti y por un ancestro, para poder seguir adelante con plenitud».


En el campo de la conciencia familiar, todos los que han es­tado permanecen con un lugar determinado, para siempre, in­dependientemente de lo que hayan hecho; todos son conside­rados por igual. Los campos son acumulación y transmisión de la información. Nos contienen a todos y para siempre. También contienen todas nuestras vivencias y emociones. De modo que cada recién llegado recibe el bagaje anterior completo, tanto lo amoroso y liviano como lo trágico y terrible.

Como todo sistema vivo, la conciencia familiar busca mantener su equilibrio y utiliza mecanismos «ciegos» de compen­sación cuando el equilibrio8 está en peligro. Cuando alguien se coloca por encima de la conciencia familiar, rechazando a otro con su desprecio y sobre todo cuando este desprecio ha causado la muerte, la conciencia familiar crea un fenómeno que recuerda esta exclusión, que materializa el desprecio y lo pone a la vista de todos para que se pueda reparar. (Brigitte Champetier de Ribes)
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