“Tuve un
sueño que me asustó y me animó a la vez. Era de noche, y me encontraba en un
lugar desconocido. Avanzaba con dificultad contra un fuerte viento. Una densa
bruma lo cubría todo. En mis manos en forma de copa, tenía una débil luz que
amenazaba con extinguirse a cada momento. Mi vida dependía de esta débil luz,
que yo protegía preciosamente. De pronto, tuve la impresión de que algo
avanzaba detrás de mí. Miré hacia atrás y percibí la forma gigantesca de un ser
que me seguía, pero, al mismo tiempo, fui consciente de que, a pesar de mi
terror, debía proteger mi luz a través de las tinieblas y contra el viento. Al
despertarme, me di cuenta de que la forma monstruosa era mi sombra, formada por
la pequeña llama que tenía encendida en medio de la tormenta. Sabía también que
esta frágil luz era mi conciencia, la única luz que poseía. Enfrentada al poder
de las tinieblas, era una luz, mi única luz”.
La sombra
es el material psíquico que se ha cristalizado en el inconsciente. Comparable a
una luz, el yo consciente produce un área oscura inconsciente: la sombra.
La sombra
es todo lo que hemos arrojado al inconsciente por temor a ser rechazados por
las personas de las cuales dependíamos, padres, hermanos, y los más allegados. Nuestro
mayor temor era perder sus afectos decepcionándolos o creándoles un malestar a
causa de nuestros comportamientos o de algunos aspectos de nuestra
personalidad. Pronto discernimos lo que era aceptable a sus ojos y lo que no lo
era, entonces, para agradarles, nos apresuramos a relegar grandes porciones de
nosotros mismos a las prisiones del inconsciente. Empleamos todo los medios a
nuestro alcance para eludir hasta la más mínima desaprobación verbal o a través
de una actitud que lo demostrara, por parte de las personas a las que amábamos
o de las que dependíamos.
Por
necesidad de aprecio, nos adaptamos a las exigencias, las reglas y las leyes de
nuestro medio. Y terminábamos relegando todo lo que parecía desagradable o lo
que pudiera atentar contra la aceptación que queríamos obtener.
Poco a
poco, se construyó en el fondo de nosotros mismos todo un mundo oculto hecho de
represiones y de rechazos acumulados durante los años de nuestra infancia.
Finalmente, nos encontramos sentados sobre una especie de volcán psíquico que
amenaza con entrar en erupción a cada momento. A esta energía psíquica
comprimida, pero siempre viva y activa, le llamamos la sombra. La sombra es ese
oscuro tesoro compuesto de los traumas, daños, situaciones que nos marcaron en
nuestra niñez, los apegos, los síntomas neuróticos, y los talentos y dones no
desarrollados.
La sombra
exige sin cesar ser reconocida y explotada, ella forzará la puerta de entrada
de lo yo consciente y lo invadirá. Por otro lado, si le damos la bienvenida, se
dejará domesticar y nos mostrará toda su riqueza, para que la explotemos. El
trabajo con la sombra se trata de reintegrar en la zona del yo consciente todo
lo que está oculto en nuestro inconsciente y hacerlos nuestro, con el fin de
lograr la unión de todas nuestras partes que han sido reprimidas por temor a
ser rechazados.
Si no
reconocemos nuestra sombra se volverá contra nosotros, activando estados de
inestabilidad psíquica y emocional, para luego entrar en una polaridad y el
caos, donde los siguientes estados son estrés, depresión, angustia, derrota,
culpa.
Para lograr
una auténtica autoestima es necesario hacer las paces con nuestra sombra, como
dije más arriba, al verla y aceptarla nos lleva a reintegrar nuestras partes, y
si seguimos haciendo lo contrario seguimos rechazando una parte nuestra, y en
el rechazo no puede haber autoestima plena.
Siempre
preferimos caminar guiados por la luz. Esto nos impide ver la sombra que nos
sigue, que casi siempre es percibida por los demás antes que por nosotros.
La psicoanalista inglesa Molly Tuby describe seis modalidades diferentes para descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana:
•En los sentimientos exagerados respecto de los demás. («¡No puedo creer que hiciera tal cosa!» «¡No comprendo cómo puede llevar esa ropa!»).
•En el feedback negativo de quienes nos sirven de espejo. («es la tercera vez que llegas tarde sin decírmelo. »).
•En aquellas relaciones en las que provocamos de continuo el mismo efecto perturbador sobre diferentes personas. («Sam y yo creemos que no has sido sincero con nosotros.»).
•En las acciones impulsivas o inadvertidas. («No quería decir eso.»).
•En aquellas situaciones en las que nos sentimos humillados. («Me avergüenza su modo de tratarme.»).
•En los enfados desproporcionados por los errores cometidos por los demás. («¡Nunca hace las cosas a su debido tiempo!» «Realmente no controla para nada su peso.»).
Libro: Hackeando el Inconsciente
Libro: Hackeando el Inconsciente