Con el tiempo, el recuerdo desaparece, es olvidado, pero la carga emocional permanece intacta en nuestro subconsciente, y desde allí se determina nuestra conducta, nuestra forma de vida y nuestra respuesta frente a situaciones similares. Todo esto puede ser activado con tan solo un incidente de nuestro presente.
A lo largo de miles de existencias, hemos atravesado por incontables situaciones marcantes. En cada acontecimiento quedan grabados en nuestra memoria espiritual o cuerpo causal cada gesto, cada palabra, cada emoción, pensamiento o sensación. No se trata de nuestra memoria física o genética.
En cada nueva existencia, el alma va adquiriendo conocimientos, desarrollando aptitudes, aprendiendo lecciones que en la vida siguiente se convertirán en peldaños para seguir creciendo. Pero, al mismo tiempo, en ese aprendizaje se generan emociones, sensaciones y pensamientos que también quedan grabados profundamente. Por ejemplo: Un dolor no resuelto seguirá arrastrando su pena hasta sanar la herida que quedó abierta. Una sola de estas experiencias es suficiente para generar una fobia, un dolor de cabeza crónico, una conducta temerosa y defensiva o, por el contrario, una respuesta agresiva y violenta ante la menor oposición.