El segundo estadío incluye la época de madurez embrionaria y los inicios de la época fetal, en la que el cerebro muestra una estructura con circunvalaciones y corresponde a una percepción simbólica ya estructurada.
Sigue siendo una percepción sin yo, sin focalización, abierta a todos los impactos, especialmente a los emotivos procedentes de la madre, con la que se mantiene -como en el primer estadio- en una simbiosis total, motivo por el que el bebé inscribe en su sistema nervioso, en sus células, en su cuerpo todo, cuanto emotivamente la madre lleva escrito y cuanto la madre va "escribiendo" en su mente.
Y no olvidemos que simbiosis no significa que el cerebro del bebé sea el de la madre sino la existencia ya de dos cerebros, cada uno de ellos con capacidad para recibir y almacenar información; sólo que en ese trasvase de información el sistema nervioso del feto sigue siendo básicamente receptivo, con una receptividad subjetiva que globaliza todo impacto como si el impacto fuera Él.
Así, el feto escribe en su sistema nervioso, en sus células, en su cuerpo todo, cuanto emotivamente la madre lleva escrito y cuanto la madre va escribiendo en su mente. La madre transmite incluso al feto sus sueños altamente emotivos. Y el feto los recibe con la misma fuerza que si fuera algo real. Así, pensar recurrente y seriamente en abortar es tan real para el feto como si esa misma madre se sometiera a un auténtico aborto.
En este segundo estadio, la madre que vive una constante tristeza, irritación, estrés, peleas con su pareja -especialmente las peleas con gritos-, etc., transmite esos sentimientos al feto, que los recibe como suyos. Y que los recibe emocional y físicamente porque una madre triste destila tristeza hormonal y porque una madre que se tensa somete al feto a una presión física insoportable.
Y el feto, ese durmiente lúcido, se esfuerza con pies y manos en defenderse del cinturón de dolor que le oprime. Si bien las imágenes que elabora, como ya se ha indicado, son símbolos arquetípicos. Y así, ese peligro de "ahogo" por presión física y emocional procedente de la madre es para el feto un naufragio en el océano amniótico de su claustro materno.
Y el feto, ese durmiente lúcido, se esfuerza con pies y manos en defenderse del cinturón de dolor que le oprime. Si bien las imágenes que elabora, como ya se ha indicado, son símbolos arquetípicos. Y así, ese peligro de "ahogo" por presión física y emocional procedente de la madre es para el feto un naufragio en el océano amniótico de su claustro materno.
No olvidemos que los símbolos primigenios elaborados por los ritmos cerebrales lentos -los ritmos rápidos beta, los de vigilia, todavía no han surgido o no han madurado en el feto- son el soporte en que se sustenta nuestra vida adulta. Así, la visión y sentimiento del Paraíso es un útero gratificante cargado de endorfinas. En tanto que el nacimiento lo vivenciamos como un surgir a un mundo nuevo, inhóspito, un mundo que nos arremete y que en consecuencia exige nos defendamos de él.